Nos referimos exclusivamente
a la tortura como el acto de infringir
dolor físico u ocasionar un suplicio psicológico a una o más personas por parte
de una autoridad pública, o de un sujeto amparado por ella, con el fin de
obtener la confesión de un crimen o toda clase de información para esclarecer
un delito o hecho determinado. En tal sentido, el torturador debe ser un
agente del Estado, o al menos el acto debe contar con cierto grado de
aprobación oficial.
La tortura –según el concepto
anteriormente descripto– nació en la Antigua Grecia y paulatinamente se fue
convirtiendo en una práctica común en todas las civilizaciones posteriores. Los
esclavos y los extranjeros eran torturados cuando testificaban en un juicio
para asegurarse que dijesen la verdad. Por el contrario, se consideraba que la
palabra otorgada por un ciudadano libre era suficiente porque poseía honor,
careciendo los esclavos de tal status.
A principios del siglo XIX la tortura fue abolida en todos
los sistemas judiciales europeos y americanos. En Argentina la esclavitud fue proscrita
con la sanción de la Constitución Nacional (1853), la cual, en su art. 18 expresa:
“(…) Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas
políticas, toda especie de tormento y los azotes (...)”.
Lamentablemente, la tortura se instauró como una
negativa costumbre durante el siglo pasado, al ser utilizada por los regímenes
fascistas, comunistas y también por Estados democráticos tales como Francia [1]
(v. gr: en Indochina y durante la Guerra de Argelia) y por gobiernos de facto
en América Latina (por aplicación de la doctrina de la seguridad nacional) [2].
Los crímenes de guerra y lesa humanidad cometidos
en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se hicieron públicos en los Tribunales Militares de
Núremberg y Tokio, compuestos por un juez titular de cada uno de los
países vencedores (EE.UU., Francia, Reino Unido y la U.R.S.S) y su respectivo suplente,
donde se aplicaron leyes dictadas por los países vencedores. Es decir, los
líderes de las potencias vencedoras no se sentaron en el estrado para ser juzgados
por las atrocidades que ellos mismos cometieron.
Ante el escenario previamente descripto y la
consecuente conmoción engendrada a nivel mundial, la comunidad internacional tomó
la conciencia de repudiar actos de martirio por parte de los organismos
oficiales de un Estado.
A raíz de ello varias naciones suscribieron distintos
instrumentos en materia de derecho internacional público, como la Convención
contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles Inhumanos o Degradantes de 1984 [3] en
el marco de la O.N.U, en virtud de la cual se obligó a los Estados a prevenir
el uso de la tortura dentro de sus fronteras, dejándose en claro que no existe ninguna
justificación para admitir tormentos de ninguna clase sobre las personas.
Sin embargo, resulta
prácticamente imposible realizar una evaluación completa de la escala global de
la tortura, ya que la misma tiene lugar en las sombras. Se trata de un
delito internacional, una vergüenza política y diplomática, y un abuso que la
mayor parte de los gobiernos reconocen como un acto indebido y condenan con la
retórica pero no con acciones efectivas.
A menudo, los gobiernos dedican más esfuerzos a
negar o encubrir la existencia de la tortura que a llevar a cabo
investigaciones transparentes sobre las denuncias para perseguir a sus
responsables.
¿Por
qué se mantiene tanto tiempo despierto a un prisionero? —Fragmento
del largometraje alemán “La
vida de los otros” [4] (2006).
Un prisionero inocente se
enfadará cada vez más según pasen las horas, debido a la injusticia que padece.
Se enfurecerá y gritará. Por el contrario, un prisionero “culpable” se irá
calmando o llorará. Este último sabe que se encuentra detenido por un motivo. La manera
más efectiva de establecer la culpabilidad o la inocencia es un interrogatorio
continuo. La gente que dice la verdad puede volver a formular sus dichos, y así
lo hace. Un mentiroso tiene frases preparadas que repetirá cuando se sienta
presionado. De existir tales indicadores, hay motivos suficientes
para ejercer una presión psicológica sobre el prisionero aún más intensa
(diciéndole, por ejemplo, que si no confiesa arrestarán a su mujer y su hijo
será dado en adopción a otra familia). El prisionero es interrogado
por última vez: confiesa. Este macabro mecanismo es casi infranqueable.
En muchos países la tortura queda probablemente sin
denunciar. Esto se debe a que las víctimas tienen menos posibilidades de
defenderse ante el abuso por parte de las autoridades, o sus denuncias son
fácilmente ignoradas o desestimadas.
Quizás una parte de
la sociedad reconozca moralmente acertado el uso de la tortura siempre que no
exista ninguna otra alternativa. Lo cual, personalmente, consideramos aberrante.
En la serie televisiva estadounidense 24 (Veinticuatro) [5] el protagonista, Jack Bauer, tortura y es
torturado; ocasionalmente a la persona equivocada, muchas veces usando
métodos non sanctos (v. gr.: improvisando una picana con un
velador), siempre clandestinamente y evitando los obstáculos de la justicia.
Lo perturbador es que Jack Bauer es el héroe, no el
villano de la serie, y nunca es castigado por sus acciones. Lejos de la piedad,
la cámara se deleita con los instrumentos de tortura y con la vejación,
mientras se nos explica que «no hay otra alternativa: el enemigo debe sufrir
para que se salven miles de personas».
Con esta clase de ejemplos se demuestra lo absurdo que puede resultar el
lavaje de cerebros al que estamos expuestos y la ignorancia existente respecto
de una actualidad caracterizada por hechos
aberrantes tales como aquellos que ocurren en la base naval de la Bahía
Guantánamo (Cuba) y en la prisión de Abu Ghraib (Irak). Ambas prisiones
pertenecientes a los –nunca bien ponderados– Estados Unidos de América.
Instituciones relevantes como el
ejército, la policía, las fuerzas de seguridad y los guardia cárceles pueden caen
fácilmente en el hábito del maltrato a las personas. Hay
quienes no les interesa la nota de crueldad, cuando se trata de mantener al
pueblo dentro de los límites de la obediencia.
El ahogamiento o "submarino",
la privación del sueño, el hacinamiento, la falta de atención médica, la
privación de aire, sanidad o aseo, la
intimidación con perros, la alimentación forzada, la exposición al frío o al
calor, las descargas eléctricas, las descargas eléctricas sobre el suelo
mojado, los azotes, golpes y mutilación en cualquier parte del cuerpo, el abuso
y la humillación sexual. Es impresionante hasta qué extremo puede llegar el ingenio
humano con la aplicación de los métodos de tortura. Existen
miles y algunos son verdaderamente medievales.
La tortura es no es otra cosa que una acto
primitivo e inhumano. NUNCA debe justificarse. Es una práctica errónea y
contraproducente que vicia al Estado de derecho, sustituyéndolo por el terror.
Cuando los gobiernos permiten su uso nadie está a salvo. La prohibición
de la tortura y otros malos tratos debe ser y es absoluta, no admitiéndose
excepciones; y el cumplimiento de su prohibición no puede claudicar ni
siquiera en situaciones de emergencia.
[1] “La Battaglia di Algeri” (año 1966; director: Gillo Pontecorvo; guionistas: Gillo Pontecorvo y Franco Solinas) es una de las mejores películas realizadas sobre colonialismo, terrorismo y movimientos revolucionarios. Las escenas de torturas fueron censuradas en varios países
[2] La tortura en manos de la policía argentina en el marco del denominado proceso de reorganización, basado en la doctrina de la seguridad nacional se aprecia en el film “La Noche de los Lápices” (año 1986; director: Héctor Olivera; guionistas: Daniel Kon y Héctor Olivera). Durante los primeros meses de la última dictadura cívico-militar argentina, siete adolescentes de la ciudad de La Plata fueron secuestrados, torturados y asesinados por reclamar una reducción en el precio del transporte para estudiantes.
[3] Este instrumento internacional posee jerarquía constitucional en virtud del art. 75 inc. 22 de la Carta Magna de la República Argentina.
[5] 24 (Veinticuatro). Serie de televisión
estadounidense; años 2001 – 2010; creadores: Joel Surnow y Robert Cochran.
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